El último número de la revista Privateer aborda el tema de la mountain bike como deporte olímpico. A pesar de su corta vida como miembro del selecto grupo de deportes que gozan del beneplácito de los dioses del Olimpo, su continuidad dentro del programa de los Juegos está en entredicho. La mountain bike es una disciplina que origina demasiados costes y pocos beneficios.
La mountain bike fue incorporada al programa olímpico en 1996, en las olimpiadas de Atlanta. Desde entonces, la prueba ha sufrido algunas modificaciones para intentar aumentar su atractivo. Los principales problemas que se le imputan son: excesiva duración de la prueba (el primer ganador empleó dos horas y cuarto en completar el recorrido) y diseño del circuito (extensión y accesibilidad). Estos dos elementos dificultan su cobertura televisiva. El primero porque mantener a la audiencia más de dos horas pegada al televisor no es fácil, además que se lo restas a otras disciplinas. El segundo factor es más crítico aún: la mountain bike es la disciplina que más cámaras de televisión necesita para ser retransmitida, lo que incrementa el coste notablemente. En Atlanta se emplearon 45 cámaras, el doble de lo que necesita cualquier otro deporte.
Ante estas dificultades, parece que las televisiones y patrocinadores comenzaron a poner algunas pegas. En las sucesivas ediciones, la distancia de la prueba se ha reducido a una hora y media aproximadamente. Además, se ha reducido la longitud del circuito para emplear menos cámaras y, en el caso de Londres, se ha diseñado un circuito que es visible casi en su totalidad por la mayoría de los espectadores desde cualquier punto del circuito.
A pesar de todos los cambios, no parece que esta disciplina esté a salvo de la revisión que tendrá lugar en 2013 para eliminar e incorporar nuevos deportes al programa olímpico.
¿Qué hace olímpico a un deporte?
Según el Comité Olímpico Internacional, y cito textualmente:
Para incorporarlo en el programa olímpico, un deporte primero tiene que ser reconocido: debe ser administrado por una federación internacional que garantiza que las actividades de este deporte siguen la Carta Olímpica. Si se practica ampliamente en todo el mundo y se reúne una serie de criterios establecidos por la sesión del COI, un deporte reconocido se puede añadir al programa olímpico con la recomendación de la Comisión del COI Programa Olímpico.
Estos criterios de selección se agrupan en ocho categorías: historia y tradición, universalidad, popularidad, imagen y entorno, salud de los atletas, desarrollo de las Federaciones Internacionales, costes y aspectos generales. Dentro de la categoría popularidad se valoran aspectos como número de asistentes, cobertura mediática (medios escritos, televisiones), impacto en internet, patrocinadores, venta de derechos de televisión. En la categoría de costes se valoran aspectos como coste de las infraestructuras, la tecnología requerida, seguridad y dificultad de la cobertura televisiva.
Como vemos, el COI estudia la rentabilidad de cada deporte (ingresos y costes). Por lo tanto, no debería extrañarnos que si una disciplina no es rentable económicamente salga del programa olímpico.
¿Es justo que un deporte no sea olímpico porque no es rentable?
Sin duda se trata de una pregunta difícil de responder. Llevado al extremo, los defensores de la rentabilidad económica podrían argumentar que los Juegos terminarían desapareciendo si no fueran rentables, al menos para cubrir sus propios costes. Por otro lado, no parece justo que un deporte que cumpliera con todos los requisitos del COI (universalidad, popularidad, salud, tradición, ética, etc.) se viera perjudicada por su baja rentabilidad.
Es normal que todos queramos que nuestro deporte sea olímpico, pero no todos pueden serlo. Las condiciones económicas no deberían ser determinantes; el deporte no debería verse arrastrado por la lógica económica que rige el resto de aspectos de nuestras vidas. Pero me temo que este deseo es tan solo eso, un deseo.
Olímpico o no, lo importante es dar pedales y disfrutar y respetar nuestro entorno.