Sin mapa ni GPS

Como se suele decir: la realidad supera la ficción. O, para quien lo prefiera: no pasan más cosas porque Dios no quiere. Eso es lo que pensamos en la ruta que os comentábamos en la entrada anterior. Los hechos sucedieron así.

Seis y media de la tarde de un día más que caluroso. Ascenso al último puerto de la etapa, el Pico de Espadán. El cansancio era más que notable y en nuestra cabeza solo una idea: llegar a lo alto para dejarnos caer, casi literalmente, hasta el final de la etapa.

De repente, a la altura del desvío que lleva a la fuente de la Parra (para los que conozcáis la zona) oímos una voz en la lejanía. Miramos y un hombre asoma por la vista que lleva a la susodicha fuente. Al principio pensamos que la cosa no iba con nosotros, así que seguimos dando pedales. El hombre volvió a gritar. Ahora, nos percatamos que se dirigía a nosotros. Desde nuestra posición le preguntamos qué sucedía, y el hombre respondió: no sabemos salir de aquí. Tras él, iban dos mujeres y tres niños de unos nueve años. En seguida nos dimos cuenta que realmente tenían un problema. Bajé hasta donde estaban y aquí empieza lo bueno.

El hombre me muestra un papel cuadriculado de pequeñas dimensiones, posiblemente arrancado de una libreta Enri, con unas pequeñas notas escritas a mano. Me informa que habían dejado el automóvil en una zona recreativa cuyo nombre yo no conocía, pero que imagine que se trataba que era la que está situada junto a la carretera que une Alcudia de Veo y Algimia de Almonacid. Me dice que no sabe cómo regresar allí. Consulto mi GPS, más para verificar que otra cosa, pues la solución era sencilla. Debía tomar la pista por la que veníamos nosotros la cual le llevaría hasta la carretera, y luego bajar hasta el área recreativa. El hombre me preguntó que si estaba seguro, pues había recorrido un tramo de esa pista pero había vuelto al no encontrar la carretera. Le digo que sí, pero que aún les quedan 3 o 4 kilómetros hasta la carretera. Luego otros tantos hasta el coche. El hombre y las mujeres me dan las gracias efusivamente mientras los niños parecían no darse cuenta de la angustia de sus mayores. Allí los dejé, más tranquilos y confiados tras haber encontrado la solución a un problema causado por su propia negligencia.

No les dije nada, tal vez debería haberlo hecho, ¿cómo se les ocurre salir al monte por una zona que no conocen, con la única ayuda de unas indicaciones dadas seguramente por un amigo? ¿Acaso pensaban que la montaña es como la ciudad llena de calles con nombres y señales y personas a las que preguntar? El hombre estaba siguiendo la ruta correcta, pero había llegado un momento que se había desorientado, y claro, sin mapa ni GPS, no sabía encontrar el camino correcto. Suerte tuvieron de cruzarse con alguien que pasaba por allí.
Una recomendación más a añadir a las que os propusimos tras ver la película 127 horas: si no conoces bien, pero que muy bien, la zona por donde vas a circular, no dudes en llevarte un mapa topográfico y/o un gps. Puede evitar que te metas en un buen lío.

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