Seis semanas han transcurrido entre estas dos fotografías. A simple vista la única diferencia entre una y otra es una fractura del estiloides cubital. Sin embargo, hay otras diferencias que no se aprecian en las imágenes, como el par de amigos (kilogramos) que he ganado alrededor de mi estómago o la masa muscular perdida y que mi madre confunde exclamando: ¡estás más delgado ahora que antes!
En las fotografías tampoco se aprecia las rutas dejadas de recorrer durante el templado otoño que estamos disfrutando, o la felicidad que produce pedalear por la montaña escuchando el silencio del viento y el rodar de nuestras cubiertas sobre el terreno vivo del monte. Qué decir de saciar la sed en fuentes naturales o reponer energías en el bar de uno de nuestros pueblos de interior donde un par de mujeres conversan en la plaza camino del horno, y un anciano regresa con su tractor de roturar las tierras de sus campos.
Lo que no se ve, lo que solo se puede sentir, es en aquello que más apreciamos cuando nos falta donde residen las principales diferencias. Porque como todo el mundo sabe, es en las pequeñas cosas donde habita la felicidad, aunque en ocasiones quiera engañarnos disfrazada de consumismo. Pero ahora que hemos vuelto, aunque durante un par de semanas más sea únicamente con la bicicleta híbrida para rodar por asfalto, todo vuelve a tener sentido.
Y aunque los dolores en la mano y la muñeca aún se dejarán sentir durante un tiempo, la alegría de volver a disfrutar de cosas tan sencillas como disfrutar del aire libre y la naturaleza genera una sensación placentera y sorprendente al mismo tiempo, al comprobar que en un mundo tan complejo y en crisis como el nuestro, la felicidad cuesta bien poco, apenas doce euros por un almuerzo para dos en la plaza de Pedralba, mientras recuperamos el aliento bajo los cálidos rayos de un sol otoñal.
Pues me alegro mucho, uno no sabe que tiene estiloides cubital hasta que se se le fastidia, ¡a disfrutar de que esté recompuesto!
Animo con la recuperación.