No empezamos bien

Dicen que hay dos clases de ciclistas: los que se han caído y los que se van a caer. Más pronto o más tarde a todos nos llega el turno. Wibikes ya era de los primeros, pero hasta ahora sin graves consecuencias, más allá de arañazos y quemaduras.

Este fin de semana habíamos decidido retomar las rutas de mountain bike, tras el descanso que de alguna manera nos habíamos impuesto tras la Transpyr. Durante este periodo sólo habíamos rodado por carretera, a excepción de la salida (nocturna) organizada por la peña Garbici para recorrer la vía verde de Ojos Negros desde Torres Torres hasta Caudiel.

Así, con el final de las vacaciones estivales habíamos previsto una primera ruta más bien corta desde Cirat, para refrescarnos en el Mijares al término de la misma. Sin embargo, como os podéis imaginar la mañana no acabó como teníamos planeado, sino en el hospital con una muñeca ruta y un brazo escayolado (el de Germán).

Caerse duele; duelen los golpes y las heridas. Pero si las consecuencias de las caídas sólo fueran dolor físico, no dolería tanto. El dolor que más duele es el de la idiotez y el de la resignación. Idiotez por una caída tonta de graves consecuencias. La estupidez de un despiste que no te dejó ver una piedra en medio del camino. Y luego está el dolor de la resignación. Ése que sientes cuando te dicen: una escayola durante un mes y luego rehabilitación. Y sabes que no puedes hacer nada para reducir ese tiempo. Un tiempo que se hará largo, tan largo como cuando eras pequeño y querías tomar el baño después de comer, y tus padres te decían que aún faltaba una hora para terminar la digestión. Y tú preguntabas cuánto era una hora. Y siempre te parecía demasiado, que nunca llegaba el momento de tomar el baño. Los adultos nos resignamos, pero eso no hace que la espera duela menos.

Para unos será mala suerte, para otros un castigo (como si ir en bici fuese pecado), para nosotros sólo es un precio que hay que pagar. Porque en esta vida se paga por todo. Sólo queda una cosa buena: aprender la lección, porque nunca se sabe suficiente.

Como decía el abuelo de mi padre: muriendo y aprendiendo.

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