No tengo ningún recuerdo de mi abuelo pedaleando en su vieja bicicleta. Todas las imágenes que guardo son encima de su vieja Vespa; grande, pesada y con un sonido tan característico que todavía oigo a mi abuela diciendo: a comer, que tu abuelo ya está aquí, cuando él estaba llegando a casa. Durante los veranos que pasé en el pueblo mi abuelo siempre se movió con aquella motocicleta. Pero no siempre fue así.
Mis abuelos regentaban una tienda y almacén de ultramarinos (y de todo un poco) en un pueblo alejado de la civilización. En la postguerra todo escaseaba, salvo el espíritu de supervivencia. La vida de mis abuelos se reducía a aquel diminuto y olvidado pueblo, de fríos inviernos y agradables veranos.
En ocasiones tenían algún pedido especial de una aldea vecina o de alguna masía escondida en las montañas. Entonces mi abuelo tomaba su bicicleta y enfilaba aquellos caminos de tierra y piedra. Mi abuela pensaba que aquellos pedidos no valían la pena: demasiado trabajo para tan poco beneficio. Pero su marido se montaba en silencio en la pesada bicicleta y se lanzaba a recorrer aquellos agrestes caminos con su lento pedalear.
Años más tarde llegaría la Vespa y la bicicleta cayó en el olvido. Durante mis veraneos en el pueblo siempre la vi arrumbada en el almacén. Descuidada y vieja. Nunca tuve la tentación de recuperarla.
Con el tiempo los veraneos se trasladaron a la ciudad y solo veía a mis abuelos en fechas señaladas y algunos fines de semana ocasionales. Nunca vi pedalear a mi abuelo, pero cuentan que cuando se jubiló, también retiró su Vespa y retomó su vieja bicicleta. Tras su muerte, mi abuela me contó que mi abuelo amaba aquella bici y la libertad que sentía encima de ella en unos tiempos oscuros. Aunque nunca lo dijo, mi abuela estaba segura que él esperaba algún pedido especial para poder montarse en la bicicleta y pedalear libremente. Durante aquellos recorridos la vida valía la pena.
Bonita historia. Pero no muy lejana para mi. No por mis abuelos, sino por mi mismo. Cuando salgo con mi bici a la búsqueda de pistas por la montaña o hacer una ruta por asfalto, olvido mis problemas, me olvido que estoy dos años y pico sin trabajo y uno sin cobrar nada. Mi mente se funde con el paisaje y pienso que la vida podría ser más fácil para todos. Al final volveremos al pasado.
Emotiva narración, que grandes son los abuelos y las abuelas.
Si aun conservas la bici dale lija y pintala que bien lo merece, un que sea para adornar un taller, un saludo.
Que recuerdos !!
Gracias por este hermoso paseo en el tiempo.