Por fin una etapa sin el agobio del corte de tiempo. Ya teníamos ganas de disfrutar de la bici y del paisaje. Desde el principio se veía que hoy sería una etapa tranquila desde ese punto de vista. Mucho descenso y un par de subidas. La segunda de órdago.

En esta sexta etapa el paisaje ha cambiado. Hemos abandonado los dos mil metros de altitud, y la vegetación aparece de forma exhuberante. Esa ha sido la característica de hoy, porque la ruta ha sido más tranquila. Lo que no quiere decir que fuéramos dando pedales como los chicos de verano azul. Los 104 km y los 2800 metros de desnivel han seguido castigando las piernas. Sobre todo el último puerto, con sus 12 km y una pendiente media del 10%.

Sorprendentemente, Sonia ha resucitado (ya os lo decía en la entrada anterior) y en ese puerto ha impuesto un ritmo de martillo pilón dejando atrás a todos los que en el descenso nos habían adelantado. A mí no me ha dejado atrás, pero casi. Lo cierto es que estoy acusando la lluvia de ayer. Me he levanto algo resfriado. Pero no hay excusas. Ella hoy ha sido la protagonista.

Poca historia más ha tenido esta etapa que nos deja a las puertas del final. El lago de Garda está cada vez más cerca. Pero para disfrutar del final, habrá que superar la séptima etapa con 118 km y 3000 m de desnivel.

Fuera de lo puramente deportivo, decir que seguimos padeciendo algunas cuestiones organizativas. Desde que hemos cruzado la meta, hasta que hemos llegado al hotel han pasado tres horas. El pueblo donde estaba la meta no tiene hoteles, así que la organización ha puesto autobuses para trasladarnos a los pueblos cercanos. Un auténtico rollo. Para postre, mañana tenemos que levantarnos a las 5.15 h de la mañana. Si no nos matan los puertos, serán los madrugones. Pero de eso ya hablaremos en otra entrada.